Matos rememora entrada a La Habana
Por LUISA YANEZ
The Miami Herald
Con 90 años y sentimientos encontrados, Huber Matos se identifica a sí mismo en una famosa foto en blanco y negro tomada el 8 de enero de 1959, la mañana en que los triunfantes revolucionarios entraron como héroes en La Habana.
"Ese soy yo'', dice Matos, uno de los cinco comandantes de la revolución y el único que vive en el sur de la Florida. Las fotos muestran una versión barbuda del joven de ojos azules en un camión, junto a Fidel Castro y Camilo Cienfuegos.
Matos recuerda que ese día debía haber sido glorioso para Cuba. Ocho días antes, el dictador Fulgencio Batista había huido, dejando el camino abierto a los rebeldes, creía Matos, para que restauraran la democracia en la isla.
Añade que a pesar de la euforia del momento, ninguno de los fotografiados en el camión sonreía.
Matos dice que al entrar en La Habana aquel día de enero, la conocida paranoia de Fidel Castro estaba a su máximo nivel. "Estaba convencido de que lo mataría un francotirador desde algún techo cuando entrara a La Habana y que se convertiría en un mártir de la revolución. Vivía obsesionado con la idea y me decía: "Huber, hoy podría ser el último día de mi vida. Es mi destino''.
Castro quería que sus dos comandantes se sentaran a su lado a manera de escoltas. Así que a pesar de la alegría en las calles de La Habana, Matos y Cienfuegos iban armados con ametralladoras M3 al entrar a la capital.
"Fidel no paraba de decir: ‘Huber, vigila bien' '' dice Matos.
La camaradería entre los tres compañeros de armas no duró mucho.
Cienfuegos murió en octubre al estrellarse la avioneta en que viajaba en circunstancias misteriosas, sólo una semana después de cumplir las órdenes de Castro de arrestar a Matos por traición. Posteriormente, Matos cumplió 20 años de prisión por rechazar la misma revolución que había ayudado a gestar, al ver que se convirtió en movimiento represivo y comunista.
Lo que llevó a Matos, que era maestro, a convertirse en revolucionario comenzó el 10 de marzo de 1952, el día que Batista depuso en un golpe de Estado al presidente electo, Carlos Prío Socarrás.
"Recuerdo que yo estaba dando una clase y llegó la noticia de que hubo un golpe de Estado, que Batista había usurpado el poder. Para mí eso fue una bofetada colectiva para el pueblo cubano. ¡Cómo se atrevió!
"Yo era maestro, pero les dije a mis alumnos: ‘Tenemos que salir a protestar. Esto no se puede permitir. ¡Cuba es una democracia!' ''
Matos, que entonces tenía treinta y tantos años, abandonó el magisterio y se alzó en armas contra Batista, escondiéndose con otros rebeldes en las montañas. Prontamente adquirió la reputación de ser astuto y temerario en el campo de batalla.
Matos y Castro se conocieron a través de una amiga común, Celia Sánchez, una influyente revolucionara que se rumoró era amante de Castro y su principal defensora.
Matos captó la atención de Castro al conseguir un cargamento de armas en Costa Rica en un momento que las fuerzas rebeldes estaban desesperadas. Sánchez persuadió a Matos para que compartiera las armas.
"Fidel es a quien debemos de seguir'' le aseguró Sánchez a Matos. Después de un cauteloso encuentro entre ambos, Matos se sumó al Movimiento 26 de Julio y se convirtió en comandante de confianza, con la responsabilidad de dirigir la lucha contra las fuerzas de Batista en Santiago, en el oriente de la isla.
"Fuimos cinco los que dirigimos la revolución', dijo Matos. Los otros cuatro eran los hermanos Castro, Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos.
Cuando Batista huyó de Cuba la víspera de Año Nuevo, la isla esperaba que Castro y los demás líderes rebeldes llegaran pronto a La Habana.
Hubo grandes celebraciones en todo el país. Matos fue honrado en Santiago, donde sus hombres habían mostrado un gran valor. Le entregaron una gorra verde olivo con una estrella dorada. "Me emocionó mucho el regalo. Significaba mucho para mí''.
El 6 de enero Matos recibió un mensaje de Castro, que todavía no había llegado a La Habana pero ya estaba haciendo planes para el futuro. El mensaje era que Castro quería que Matos se estableciera en Camagüey y lo convirtiera en ‘‘un segundo bastión revolucionario''. Pero primero quería que Matos volara a Varadero y se reuniera con él el 7 de enero.
"Quiero entrar a La Habana el 8 de enero contigo y con Camilo a mi lado'', dijo Castro en su carta. Aunque Guevara era popular entre los cubanos, Castro siempre le dijo a Matos que Guevara sólo podía llegar hasta un punto: "No es cubano'', afirmaba.
Guevara, que tenía un brazo lesionado, no formó parte de la caravana. Tampoco Raúl Castro, que se quedó en Oriente.
Matos dice que sus relaciones Guevara eran cordiales, pero que con Raúl Castro eran otra cosa. "Era mezquino, celoso de los éxitos ajenos, mentiroso y tramposo. "Una persona desagradable a primera vista''.
Matos dice que cuando llegó a una base naval el 7 de enero con sus capitanes para trasladarse en avión Varadero, se le dijo que el único jet que había estaba en una misión secreta. Así que no pudo reunirse con Fidel Castro. ‘‘Enseguida sospeché de Raúl'', dijo Matos.
Sin alterarse, encontró otro avión y le pidió a un piloto que lo llevara a Varadero. "Llegué, pero tuve que dejar a mis capitanes detrás. Ese día me percaté de quién era Raúl''.
Matos se pasó la noche del 7 de enero en casa de un amigo y después se encontró con Castro por mañana para la entrada triunfal en La Habana, donde las calles estaban repletas de gente. "La procesión iba a ser larga. Ibamos a cruzar La Habana y eso iba a tardar horas.
Recuerda que al principio los felicitó Carlos Prío Socarrás, el presidente depuesto por Batista siete años antes.
"Nos felicitó por nuestra labor'', dijo Matos. "Todo el mundo estaba eufórico aquel día. Había un nivel máximo de patriotismo y algunos pensábamos que el futuro de nuestro país estaba en nuestras manos. No recuerdo un momento en que los cubanos hayan estado tan unidos. Nadie veía lo que estaba por venir. No sabíamos que se iba a traicionar a la revolución.
Lo que más recuerda Matos es agotamiento, molestia y una terrible jaqueca durante el resto de la procesión, a causa de las constantes advertencias de que alguien podría dispararle.
Añadiéndose a su irritación, Matos perdió su bien ganada gorra cuando una multitud intentó tocar a los rebeldes mientras pasaban.
"Todo el mundo se lanzó a la gorra. Era un recuerdo de uno de los rebeldes'', dijo Matos, a quien todavía le molesta haberla perdido. "‘La celebración en Santiago había significado más para mí que la entrada a La Habana".
Al final de la procesión, a Matos todavía le dolía muchísimo la cabeza. Castro iba a dar un discurso y le pidió a Matos que lo acompañara en el estrado.
"Me negué'', dice Matos. "Me senté en un automóvil estacionado allí y escuché todas sus promesas, que resultaron ser mentiras. Castro era un gran actor, un farsante. Nos embaucó a todos''.
lyanez@MiamiHerald.com
El Nuevo Herald
The Miami Herald
Con 90 años y sentimientos encontrados, Huber Matos se identifica a sí mismo en una famosa foto en blanco y negro tomada el 8 de enero de 1959, la mañana en que los triunfantes revolucionarios entraron como héroes en La Habana.
"Ese soy yo'', dice Matos, uno de los cinco comandantes de la revolución y el único que vive en el sur de la Florida. Las fotos muestran una versión barbuda del joven de ojos azules en un camión, junto a Fidel Castro y Camilo Cienfuegos.
Matos recuerda que ese día debía haber sido glorioso para Cuba. Ocho días antes, el dictador Fulgencio Batista había huido, dejando el camino abierto a los rebeldes, creía Matos, para que restauraran la democracia en la isla.
Añade que a pesar de la euforia del momento, ninguno de los fotografiados en el camión sonreía.
Matos dice que al entrar en La Habana aquel día de enero, la conocida paranoia de Fidel Castro estaba a su máximo nivel. "Estaba convencido de que lo mataría un francotirador desde algún techo cuando entrara a La Habana y que se convertiría en un mártir de la revolución. Vivía obsesionado con la idea y me decía: "Huber, hoy podría ser el último día de mi vida. Es mi destino''.
Castro quería que sus dos comandantes se sentaran a su lado a manera de escoltas. Así que a pesar de la alegría en las calles de La Habana, Matos y Cienfuegos iban armados con ametralladoras M3 al entrar a la capital.
"Fidel no paraba de decir: ‘Huber, vigila bien' '' dice Matos.
La camaradería entre los tres compañeros de armas no duró mucho.
Cienfuegos murió en octubre al estrellarse la avioneta en que viajaba en circunstancias misteriosas, sólo una semana después de cumplir las órdenes de Castro de arrestar a Matos por traición. Posteriormente, Matos cumplió 20 años de prisión por rechazar la misma revolución que había ayudado a gestar, al ver que se convirtió en movimiento represivo y comunista.
Lo que llevó a Matos, que era maestro, a convertirse en revolucionario comenzó el 10 de marzo de 1952, el día que Batista depuso en un golpe de Estado al presidente electo, Carlos Prío Socarrás.
"Recuerdo que yo estaba dando una clase y llegó la noticia de que hubo un golpe de Estado, que Batista había usurpado el poder. Para mí eso fue una bofetada colectiva para el pueblo cubano. ¡Cómo se atrevió!
"Yo era maestro, pero les dije a mis alumnos: ‘Tenemos que salir a protestar. Esto no se puede permitir. ¡Cuba es una democracia!' ''
Matos, que entonces tenía treinta y tantos años, abandonó el magisterio y se alzó en armas contra Batista, escondiéndose con otros rebeldes en las montañas. Prontamente adquirió la reputación de ser astuto y temerario en el campo de batalla.
Matos y Castro se conocieron a través de una amiga común, Celia Sánchez, una influyente revolucionara que se rumoró era amante de Castro y su principal defensora.
Matos captó la atención de Castro al conseguir un cargamento de armas en Costa Rica en un momento que las fuerzas rebeldes estaban desesperadas. Sánchez persuadió a Matos para que compartiera las armas.
"Fidel es a quien debemos de seguir'' le aseguró Sánchez a Matos. Después de un cauteloso encuentro entre ambos, Matos se sumó al Movimiento 26 de Julio y se convirtió en comandante de confianza, con la responsabilidad de dirigir la lucha contra las fuerzas de Batista en Santiago, en el oriente de la isla.
"Fuimos cinco los que dirigimos la revolución', dijo Matos. Los otros cuatro eran los hermanos Castro, Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos.
Cuando Batista huyó de Cuba la víspera de Año Nuevo, la isla esperaba que Castro y los demás líderes rebeldes llegaran pronto a La Habana.
Hubo grandes celebraciones en todo el país. Matos fue honrado en Santiago, donde sus hombres habían mostrado un gran valor. Le entregaron una gorra verde olivo con una estrella dorada. "Me emocionó mucho el regalo. Significaba mucho para mí''.
El 6 de enero Matos recibió un mensaje de Castro, que todavía no había llegado a La Habana pero ya estaba haciendo planes para el futuro. El mensaje era que Castro quería que Matos se estableciera en Camagüey y lo convirtiera en ‘‘un segundo bastión revolucionario''. Pero primero quería que Matos volara a Varadero y se reuniera con él el 7 de enero.
"Quiero entrar a La Habana el 8 de enero contigo y con Camilo a mi lado'', dijo Castro en su carta. Aunque Guevara era popular entre los cubanos, Castro siempre le dijo a Matos que Guevara sólo podía llegar hasta un punto: "No es cubano'', afirmaba.
Guevara, que tenía un brazo lesionado, no formó parte de la caravana. Tampoco Raúl Castro, que se quedó en Oriente.
Matos dice que sus relaciones Guevara eran cordiales, pero que con Raúl Castro eran otra cosa. "Era mezquino, celoso de los éxitos ajenos, mentiroso y tramposo. "Una persona desagradable a primera vista''.
Matos dice que cuando llegó a una base naval el 7 de enero con sus capitanes para trasladarse en avión Varadero, se le dijo que el único jet que había estaba en una misión secreta. Así que no pudo reunirse con Fidel Castro. ‘‘Enseguida sospeché de Raúl'', dijo Matos.
Sin alterarse, encontró otro avión y le pidió a un piloto que lo llevara a Varadero. "Llegué, pero tuve que dejar a mis capitanes detrás. Ese día me percaté de quién era Raúl''.
Matos se pasó la noche del 7 de enero en casa de un amigo y después se encontró con Castro por mañana para la entrada triunfal en La Habana, donde las calles estaban repletas de gente. "La procesión iba a ser larga. Ibamos a cruzar La Habana y eso iba a tardar horas.
Recuerda que al principio los felicitó Carlos Prío Socarrás, el presidente depuesto por Batista siete años antes.
"Nos felicitó por nuestra labor'', dijo Matos. "Todo el mundo estaba eufórico aquel día. Había un nivel máximo de patriotismo y algunos pensábamos que el futuro de nuestro país estaba en nuestras manos. No recuerdo un momento en que los cubanos hayan estado tan unidos. Nadie veía lo que estaba por venir. No sabíamos que se iba a traicionar a la revolución.
Lo que más recuerda Matos es agotamiento, molestia y una terrible jaqueca durante el resto de la procesión, a causa de las constantes advertencias de que alguien podría dispararle.
Añadiéndose a su irritación, Matos perdió su bien ganada gorra cuando una multitud intentó tocar a los rebeldes mientras pasaban.
"Todo el mundo se lanzó a la gorra. Era un recuerdo de uno de los rebeldes'', dijo Matos, a quien todavía le molesta haberla perdido. "‘La celebración en Santiago había significado más para mí que la entrada a La Habana".
Al final de la procesión, a Matos todavía le dolía muchísimo la cabeza. Castro iba a dar un discurso y le pidió a Matos que lo acompañara en el estrado.
"Me negué'', dice Matos. "Me senté en un automóvil estacionado allí y escuché todas sus promesas, que resultaron ser mentiras. Castro era un gran actor, un farsante. Nos embaucó a todos''.
lyanez@MiamiHerald.com
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