Los limites de la legitimidad



Esta semana ha sido rica en acontecimientos, uno de los más comentados fue como al presidente de Bolivia Evo Morales lo tuvieron paralizado en el aeropuerto de Viena en Austria por 13 horas, después de que varios países, entre ellos Italia, Francia, España y Portugal le negaron el derecho a que sobrevolara sobre sus territorios.

Todo esto sucedió por la sospecha de que Evo Morales estuviera acompañado de Edward Snowden, el americano que revel
ó información sobre una vasta red de espionaje electrónico del gobierno americano a sus ciudadanos.

El caso de la virtual detención de Evo Morales en un aeropuerto dice mucho del poco respeto que tienen unos cuantos países europeos a la investidura democrática de algunos presidentes latinoamericanos.

Es difícil creer que lo mismo le pudiera suceder al presidente de Chile, al de Colombia o a la presidenta de Costa Rica sin ninguna consecuencia importante.  Estos son presidentes con suficiente legitimidad como para que ante un trato así la ONU reaccionara con una fuerte  protesta. También es muy probable de que si esto le sucediera a alguno de ellos cientos de miles de sus conciudadanos protestar
ían en las calles. 

Pero en el caso de Evo Morales no sucedió nada en la ONU, ni tampoco el pueblo boliviano defendi
ó su dignidad y la soberanía nacional en las calles de La Paz, seguramente Evo Morales no las representa cabalmente.

No aplaudimos que a un presidente electo democráticamente se trate de esta manera, pero criticamos a Evo Morales por los atropellos que comete en Bolivia, por su contubernio con el chavismo y por sus alabanzas y simpatías hacia el castrismo.  Podrá haber sido electo democráticamente pero quien es socio de dictadores pone en duda su legitimidad democrática.

Algo de mucho mayor gravedad le sucedió a Mohamed Mursi, el presidente electo de Egipto.  Desde un punto de vista formal no se puede aplaudir que a un presidente se le dé un ultimátum y se le saque de la presidencia usando la fuerza.  Especialmente si es el Ejercito el ejecutor de un golpe de estado.

Lo que sucede es que Mohamed Mursi hizo una labor de gobierno caracterizada por el desconocimiento de los procedimientos democráticos y en lugar de tener en cuenta y gobernar para todos los egipcios lo hizo para los musulmanes, en realidad para un sector de los musulmanes.

Mohamed Mursi con su proceder debilit
ó la propia legitimidad que lo llevó al poder y la legitimidad que lo debía haber mantenido en el.  Si se le suma su insensibilidad política a su pobre gestión económica no es de extrañar que 14 millones de los 80 millones de habitantes de Egipto se lanzaran a la calle exigiendo el fin de su mandato.  Es ciertamente una minoría, pero una minoría diversa, representativa y militante.  Habría sido mucho mejor para los egipcios una solución democrática porque el camino tomado es peligroso y puede dar inicio a una cadena de violencia interminable.

Otro caso es el de Brasil, donde una presidenta electa democráticamente tuvo que enfrentarse también a manifestaciones masivas a lo que supo responder con bastante inteligencia y flexibilidad.

No es que la presidenta brasileña est
á exenta de responsabilidad en el descontento que hay en Brasil, sino que su nivel de legitimidad no estaba tan debilitada como el del presidente egipcio y el pueblo brasileño le ha dado la oportunidad para que se resuelvan sus reclamos.

¿Qu
é aprendemos de estas experiencias? Que un gobernante solo puede reclamar respeto formal cuando es capaz de gobernar teniendo en cuenta los intereses de la mayoría y el respeto a los de las minorías y cuando es un ejecutivo competente.

Aprendemos que la democracia ha ido cambiando de un sistema en que lo servidores públicos electos por el pueblo  rinden cuentas al final de su periodo a una democracia en que la población está midiendo la trayectoria de sus gobernantes y cada vez más se siente con derecho a protestar en las calles exigiendo corrección cuando las cosas no andan bien.

En Cuba vamos camino a una repetición de lo que estamos viendo en el mundo, demorará más o demorará menos, pero todo el pueblo cubano sabe que está gobernado por una pequeña mafia, que ya no hay nada de comunismo ni de socialismo sino de negocio, robo, corrupción y capricho. El pueblo sabe que esa mafia se tiene que marchar.

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